Alejandro Kuropatwa

Boca con pastilla verde, 2000
Fotografía color
Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires
Alejandro Kuropatwa
(Buenos Aires, 1956-2003)

Por Juan Cruz Cosio

Emperador del swing / ráfaga de nardos / buque de guerra victorioso / un ser que iba derramando purpurina / diva pop / aplanadora / un desesperado con cartel / un brindis / siempre al tope de sus emociones / una raza extinguida / el Truman Capote del flash / Fetichista de los olores que despedían sus tías batidas con spray / voyeur de los catálogos de las coloristas de peluquería / biógrafo de pellejos / todo esto /o algo así.

Alejandro Kuropatwa nace en 1956 en Buenos Aires en el seno de una familia judía acomodada. Su padre era polaco, había llegado a Argentina escapando de la Segunda Guerra Mundial; y su madre era hija de rusos.
Recibió una educación experimental en la secundaria donde se destacó como el más freak entre los freaks. Al terminar la escuela estudió artes plásticas (1974-1977) en el taller de Jorge Demirjian y luego con el dibujante Oscar Smoje (1978). Si bien no volvió a dedicarse a otra disciplina que no fuera la fotografía, esta formación breve en artes plásticas puede verse reflejada en la insistencia de Kuropatwa por el trabajo sobre la imagen como artilugio visual. Sobre el formato analógico con un grado de obsesión, por momentos muy alto en lo que respecta a la precisión estética de cada foto, pero también apelando a la intuición, jugando con sus materiales y el azar.

Sin título (de la serie Fuera de foco), 1982
Fotografía color
–Te digo una cosa: hay que volver al pasado. A 35 mm, al Súper 8 con grano. ¡Otra que la Handy! “¿Bajaste? ¿No bajaste?” Basta. Se me rompió la computadora y estoy chocho. Yo soy de lápiz, papel y goma. Que no me vengan después de 25 años de fotografía con una máquina digital que dura dos años, a mí me da como náuseas. Decirle, por ejemplo, a la galerista -en este caso, Orly–: “Orly, la imagen se me fue. ¿Me copiás una en el CD y que el artista me la firme?”. No es una copia, no es un negativo, no es celuloide. (Alejandro Kuropatwa, en: Moreno, 2001) 

En 1979 parte de viaje a Europa por unos meses y termina su recorrido en New York, donde residiría por los años siguientes.
Entre 1979 y 1982 estudió en el Fashion Institute of Technology de Nueva York y cursó en la Parsons School of Design de dicha ciudad entre 1982 y 1985, hasta obtener el Master of Fine Arts con la especialización en fotografía.
Durante aquellos años trabajó en una serie de imágenes desenfocadas en blanco y negro, unos rostros de mujer con lentes oscuros, una bailarina suspendida sobre un fondo blanco difuso, incluso su propia imagen aparece entre los retratos. Este movimiento disruptivo respecto del mandato visual del foco perfecto le costó el rechazo de su muestra anual en la Parsons, aunque más tarde fuera reconocido como uno de los artistas pioneros capaz de tensionar a fondo los límites de la representabilidad, sugiriendo que en toda fotografía, y en el arte en general, hay algo que no se deja asir totalmente por una representación única y clara.
Al regresar a Argentina pudo exponer dicho trabajo en Estudio Giesso. No sería sino hasta 2014, luego de su muerte, que esta muestra volvería a montarse con motivo del Festival de la Luz en la galería Vasari.


Hacia mediados de los ‘80, Kuropatwa instaló su estudio en Buenos Aires, donde se especializó en fotografía publicitaria y retratos de artistas. Frente a su cámara posaron desde María Luisa Bemberg hasta Luciano Pavarotti, pasando por Guillermo Kuitca, Cecilia Roth, Pata Villanueva y Batato Barea. En algún momento de estos años le informan que está enfermo de sida.
Como dice Francisco Lemus, el sida, al igual que otras pandemias, instaló de manera global otro tiempo, ya sea por la llegada de una enfermedad extraña que impuso un límite muy próximo a la vida, en especial en la población joven, o por su vuelta crónica que propició una sobrevida relacionando de modo permanente a los sujetos con la farmacología (Lemus, 2016, p. 1).
Efectivamente podemos reconocer cómo a partir del diagnóstico de esta enfermedad se genera un frenesí creativo que tiene como resultado el grueso de la producción artística no solo de Kuropatwa, sino también de artistas cercanos como Liliana Maresca, Feliciano Centurión y Omar Schiliro, quienes simultáneamente circularon con fluidez por el espacio que Gumier Maier, a través de sus relatos curatoriales,  generó en la galería del Centro Cultural Ricardo Rojas durante los noventas.
La nueva temporalidad que tomó por asalto la cotidianeidad de Kuropatwa se vio reflejada en casi todas sus imágenes a partir de aquella noticia, que él, por cierto, ya intuía. Una mirada que observa un pasado que se destruye, un futuro que permanece incierto y un presente frenético de creación constante.
En 1986 produce una serie de fotografías a la que llama Naturalezas muertas y expone en el Centro Cultural Recoleta. Aquí explora este tradicional género a partir de forjar combinaciones bizarras de herramientas: puntillas, pedazos de carne sobre fotografías en blanco y negro, etc. Si bien en las primeras historiografías del arte las naturalezas muertas eran consideradas como un género pictórico menor, su preeminencia histórica estuvo dada por la capacidad de experimentación que provee desde los márgenes y los significados que estas involucran sobre la finitud de la vida, es decir, su condición efímera frente a la muerte más allá del orden material de las cosas (Lemus, 2016, p. 7).
Con una versatilidad asombrosa, en septiembre del 88, dos años después de aquella muestra oscura y llena de elementos que evocaban a la muerte, produce un intento de “combatir la tristeza argentina” con una muestra llamada Solo Sonrisas, realizada en el Centro Cultural San Martín. La exposición consistía en una serie de retratos en blanco y negro de personas sonriendo. Un mes más tarde del mismo año exhibe Objetos Presidenciales en el Museo de la Casa de Gobierno.
En agosto de 1990, con curaduría de Martha Nanni presenta 30 días en la vida de A. en la galería Ruth Benzacar. Una muestra que según la curadora funciona como una gran metáfora sobre el universo Sida. Se trata de un registro ficcional y despiadado de su vida. Venía de refugiarse en unas termas de Salta, donde durante treinta días no dejó de disparar sin pensar cómo ni por qué. El resultado es una serie de fotografías impresas en una película polaroid vencida de 35 mm, de casas, niños, pasillos, árboles secos, flores, amigos como Batato Barea, Roberto Jacoby y Claudia con K, entre otres, iluminadas con tubos fluorescentes que las bañaban de un aspecto forense.


En enero de 1992 viaja a París y alquila por una noche la suite donde se hospedaba Salvador Dalí en el Hotel Meurice. En las paredes, pintadas de rosa pálido, cuelga una serie de imágenes en blanco y negro que exploran sentimientos de soledad y muerte. Para contrastar invita a 30 amigos a compartir un cóctel. Los convoca a habitar su habitación, una intimidad ajena como es la de un cuarto de hotel.


En 1993 prepara junto a su amigo Hugo Mujica la muestra Alejandro Kuropatwa. Fotografías. Hugo Mujica. Poemas, en Ruth Benzacar. Una vez más aborda la cuestión de la finitud de la vida y acompaña sus imágenes de caireles, mesas servidas, flores, desnudos, paisajes marinos, con frases tales como: Me condenaron a muerte/ y me olvidaron atado al borde de la vida” o “Me arrojaron a la arena de un circo/ de gradas vacías, me arrojaron a las fieras/ en un arena sin fieras.
En 1994, en el Centro Cultural Rojas expone alrededor de 200 fotografías en blanco y negro de un viaje a Salta, Tucumán, Jujuy, París y Buenos Aires. La muestra se llama ¿Dónde está Joan Collins? y se compone de imágenes de vírgenes, flores, perros solitarios y gallinas, que se mezclan con personajes de la fauna televisiva y artística. Es de alguna manera, una fusión entre el menemismo que gobernaba en aquel momento, la espectacularidad de la política, la revista Caras y la serie Dinastía.
En 1995 presenta Mi amor. Alejandro Kuropatwa, llevada a cabo en la Fotogalería del Centro Cultural Rojas, donde sumó flores suspendidas, a veces rozagantes y otras marchitas, organizadas en núcleos titulados: La historia de lo seco, de lo muerto, del fondo, Se fue para allá y Un instante en la vida de A.
Aída, 1998
Fotografía color
Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires
1996 sería un año significativo en su vida y, por consiguiente, en su obra. Durante la XI Conferencia Mundial sobre Sida conocida como Conferencia de la Esperanza celebrada en Vancouver, se da a conocer el cóctel antirretroviral que modificaría la caracterización de la enfermedad de terminal a crónica, exponiendo a los pacientes a la ingesta de, en algunos casos, más de 30 píldoras diarias para conseguir una sobrevida medianamente digna. Al poco tiempo Alejandro es internado en Laguna Beach, California, para recibir el tratamiento. Durante su internación comienza lo que sería su obra más emblemática: la serie Cóctel. Como si de piedras preciosas se tratara, allí registra toda la medicación a la que es expuesto a diario. Efectivamente se trataba de un tratamiento excesivamente caro, por lo que decidió representar las pastillas como objetos suntuosos, sobre una rosa impoluta con gotas de rocío, por ejemplo, pero también en su faceta más odiosa y rutinaria, dentro de un pastillero que divide dosis y días de ingesta.
Ya para 1997 el virus del sida no se detecta en su sangre y publica una solicitada en el diario Clarín en donde instaba al gobierno a administrar y distribuir correctamente los recursos para el tratamiento. La gente con sida tendría que tener la misma oportunidad que yo, señaló. (Gainza, 2005)
Durante los siguientes años fotografió señoras de alta sociedad armadas de joyas, que mostró en la individual María Antonieta, en la Alianza Francesa de Buenos Aires, en 1998. Participó de las muestras colectivas Fotos que proponen una mirada distinta (Centro Cultural Rojas, 1999) junto a Juan Paparella, Liliana Porter, Jorge Macchi, Raúl Flores, Andrea Ostera, Oscar Bony y Dino Bruzzone; y Una imagen, una historia. La magia del festival de la luz (Centro Cultural Rojas, 2000), junto a Annemarie Heinrich, Sara Facio, Alicia D’amico, Eduardo Comesaña, Juan Travnik y otres. Salió a disparar en plan flaneur por las calles de Buenos Aires (Kuro Tour, proyecto inconcluso) y continuó produciendo sin detenerse para mantenerse vivo.
En 2002 El Museo Nacional de Bellas Artes expuso Manifiesto, una muestra retrospectiva que recorría gran parte de su obra.
A comienzos de 2003 fue internado en estado muy grave. En febrero falleció.
Horacio Dabbah contó que ese día lo fue a visitar y Kuropatwa le dijo: Quiero flores, quiero flores, y después, al rato: No puedo más. (Gainza, 2005)
En 2005 se inaugura Kuropatwa en Techinicolor en el Malba de Buenos Aires. En mayo de 2009 esta exposición se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario.


Bibliografía:

GAINZA, María. De AK. Página 12, Radar [en línea]. Domingo, 24 de abril de 2005 [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2016]. Disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2180-2005-04-24.html

LEMUS, Francisco, Desajustar la vida: las imágenes seropositivas de Liliana Maresca y Alejandro Kuropatwa, II Jornadas Nacionales I Congreso Internacional Estudios de Género y Estudios Visuales Cuerpos, políticas y desafíos de la representación, Universidad Nacional de Mar del Plata, 28 de Septiembre-01 de Octubre de 2016.

MORENO, María. El rouge y la bala. Página 12, Las 12 [en línea]. Domingo, 17 de agosto de 2001 [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2016]. Disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Las12/01-08/01-08-17/NOTA4.HTM#111

MORENO, María. Superficies de placer. Página 12, Radar  [en línea]. Domingo, 9 de febrero de 2003 [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2016]. Disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-620-2003-02-12.html